martes, 10 de mayo de 2011


GENTES DE NUEVA YORK


Querido A.:

Si uno pregunta a alguien que viva en Nueva York o que acabe de regresar de un viaje más o menos largo a esta ciudad qué es lo que más le ha llamado la atención de ella, apuesto doble contra sencillo a que la mayoría de los preguntados contestará que la gente. O, más propiamente, las gentes, porque creo que esa amalgama inmensa, amorfa, variada, distinta y peculiar de seres humanos que pueblan Nueva York es una de sus principales atracciones. Es más, diría que el visitante de, digamos, Grand Central Station, además de las paredes y ornamentos de la propia estación, lo que quiere es ver gente. Gentes.

Desde que llegué a Nueva York hace nueve meses (¡nueve meses ya!), no he parado de observar al personal, como diría el castizo. Cuando, por la calle, en el autobús o en el metro veo a un tipo característico, me pregunto qué será de su vida: dónde vivirá, qué pensará, qué hará su familia, cómo llegará desde su hogar hasta esa esquina en la que me encuentro. Fíjate, el otro día asistí a una tertulia en la que el invitado era Guillermo Fesser, ya sabes, uno de los componentes de “Gomaespuma” (hay que joderse, tener que venir a Nueva York para conocer al tipo, cuando, ya hace añazos, intenté entrar a la emisora donde hacían el programa no menos de media docena de veces). Bueno, pues Fesser dijo algo absolutamente cierto: Nueva York es como el bar de “La guerra de las galaxias”, siempre encuentras a alguien más raro que tú.

Aquí te encuentras tal variedad de ganado que es imposible sistematizar. No obstante, sin ánimo de ser exhaustivo, porque es imposible encasillar a todas las gentes de Nueva York, y sin querer elaborar estudio sociológico alguno, voy a ver si soy capaz de agrupar la distinta fauna y flora que vive por aquí:

·      El indostánico: aquí incluyo al indio, al paquistaní, al bangladeshí, al de Sri Lanka, al nepalí y otras hierbas. No me preguntes por qué, pero no me he subido a un taxi que no estuviera conducido por uno de éstos, alguno incluso con el clásico pagri, ya sabes, ese turbante dentro del cual dicen que se enrollan el pelo. Y como te digo una cosa, te digo la otra: los restaurantes indios valen mucho la pena.

·      El hispano: qué quieres que te diga, si son como hermanos y en España podemos completar enciclopedias sobre su idiosincrasia. Los hispanos de aquí, a los que también llaman latinos, son igual que los que han emigrado a España: se dejan la piel trabajando por cuatro perras, son educados y serviciales y hablan como si tradujeran directamente del inglés. Y no sabes la cantidad de hispanos que hay en Nueva York, hay que tener mucho cuidado con lo que se dice…

·      El oriental: el único calificativo que se me ocurre para que puedas visualizar esta clase de gente es que son como salen en las películas. No tienen ni idea de inglés, viven en ghettos, se dedican a la compra-venta de objetos de dudosa procedencia, preparan el sushi que se vende en los supermercados como si fueran personajes exóticos y, sí, te venden relojes y bolsos falsos en Chinatown (remember?).

·      El raro: aquí sí que es imposible generalizar. Hay raros de todo tipo, valga la redundancia, desde el señor perfectamente trajeado que, parado delante de un puticlub, pide muy educadamente cinco dólares (¡?) a los viandantes, hasta un negro vestido a la moda “New romantic”, ya sabes, como el cantante de Spandau Ballet, con sus faldas de tabla hasta los tobillos, algo que no veía desde los primeros 80. El otro día, salió en la tele que un mendigo de Ohio resultó ser Ted Williams, un locutor de radio con una voz única, de mucho éxito hace unos años y que acabó dándose al alcohol y las drogas (ahora le han ofrecido un pastizal en contratos como “speaker” de equipos de baloncesto). Lo puedes ver aquí:


·      Los perros: ya, ya sé que un perro no es “gente”, en sentido estricto, pero, créeme, cuando veas los perros de Manhattan, entenderás por qué los incluyo aquí. He visto perros palleiriños, perdón, chuchos (el perro palleiro de toda la vida es ahora raza autóctona gallega y no es muy, digamos, correcto meterse con ellos, hay que joderse otra vez) vestidos como para ir a la ópera. Hay también perros de pura raza que salen peinados todos los días como si fueran a un concurso y hasta se mueven con más distinción. En invierno, todos los miembros de todas las clases sociales caninas van con abriguito, que puede ser un simple arrullo sobre el lomo, un jersey con cuatro mangas (o así) para las patas o incluso un gorrillo con agujeros y tela para las orejas. Y las garras tapaditas con botines. Como lo lees. Tenemos, además, al paseador de perros, que cobra una pasta dependiendo del número de paseos semanales y de si lo pasea solo o con otros (perros). Lo que me llama poderosamente la atención es que, por muchos animales que lleve uno de estos paseadores, nunca se pelean entre sí. Increíble. Debe ser la educación refinada de Manhattan…

·      El pijo neoyorquino, tipo “Sexo en Nueva York”: no te creas que hay tantos, si descontamos los que te acabo de citar (menos los perros, claro). Están encantados de haberse conocido, no hay quien les entienda al hablar, piden los taxis mientras teclean en la blackberry, las chicas van con unos zapatos imposibles (además de espantosos) y los chicos llevan unas corbatas que, en fin, ya que estamos, ni Ted Williams himself. En el fondo, tengo la impresión de que son un pelín vulgares y que el guionista de “Sexo…” copió del original.

Por supuesto que me dejo muchas gentes en el tintero: el negro rapero, el italo-americano de las pizzas o los contratos de recogida de basura de New Jersey, el eslavo (todos trabajan para empresas inmobiliarias), el árabe (que los hay, aunque ahora anden escondidos), el judío, el turistón (j.der, qué plaga, no vengas en Navidad), el diplomático, el expatriado que trabaja en Naciones Unidas y tantos otros. Cuando te dejes caer por aquí, ya me contarás. Pero léete antes estas líneas otra vez, para traer los deberes hechos.

Un abrazo y hasta pronto, espero,

I.